Gracias por regalarme tu alegría y tu pasión, en tu
vientre nací y no me reconocieron tuya hasta después de unos años, una bota y
una patagona me adoptaron antes, y eso que ellas nunca me criaron.
Me diste tu estilo desenfrenado, me enseñaste a vivir, que no siempre hay que
preocuparse, que no es ser vago, es no estresarse. Porque hay que saber vivir,
saber que las siestas son sagradas, que es mejor comer tarde, que la noche es
un momento más del día, y las fiestas se pueden dar en cualquier ocasión.
Y echo de menos tu gastronomía, que eres
mediterránea y tu dieta la mejor... aunque eso lo aprecié después de muchos
años.
Me mostraste tus paisajes, sabías que las cosas
pequeñas pueden tener mucho encanto, que en poco espacio se pueden esconder
muchos paisajes con mucha cultura y muchos idiomas. Y que ningún mar es igual a
otro.
Gracias por todo esto y mucho más, que no tienes
nada que envidiar a mi nueva comadrona, que aunque sea un poco engreída, es
verdad que brilla a cada paso que da. Y cada vez que pronuncia palabra, que es
siempre porque no sabe apreciar el silencio, el aire se convierte en bueno. Me
está costando ser tan perfecta, porque su pasión debe ser la mejor, y no hay
nadie que marque los pasos como ella. De su vientre sale el sol y parece que el
mundo es lo único que sabe ver, ella es enorme y sé que tiene tanta cultura que
enseñarme como tú.
No te preocupes, ella me cuida muy bien y a ti, te
volveré a ver, y a descubrir.
Ambas sois pura pasión, pero ella es perfección, y
tú eres alegría. ¿Quién sabe como quedaré yo después de esto?...